Bruce Conner,
por Lynne Sachs
Estoy viviendo en Buenos Aires por el verano (invierno acá). Hace dos días dos personas diferentes en Buenos Aires me mencionaron la muerte de Bruce Conner sin siquiera saber que yo lo conocía. Verán, el cine experimental está prosperando acá, y existe una comunidad de cineastas de Super 8 y de tachos de basura que prácticamente iguala a la que conocí y amé en San Francisco. Bruce fue una persona muy importante en mi vida y psiquis. En 1985-86, el año que pasé trabajando con él, a menudo manejábamos por SF en su convertible buscando medidores geiger para medir la radioactividad bajo su casa. Luego, volvíamos a su estudio en el sótano y yo lo escuchaba contar historias sobre la escena artística de los ‘60 y ‘70 y sobre su infancia en Oklahoma mientras él hacía el trabajo (reempalmando sus films para su preservación) que se suponía que yo debía estar haciendo para él. Yo no era ni lo suficientemente cuidadosa, prolija ni precisa para su gusto. Luego, teníamos un almuerzo saludable con Jeanne, su mujer, y yo volvía a casa mientras él dormía una siesta. Un par de horas más tarde, yo volvía a su casa en puntas de pie y me sentaba en el sillón a jugar con mis dedos esperando que se despierte. Muchos años después, les regaló a mis hijas Maya y Noa unos hermosos dibujos de manchas de tinta que tanto ellas como yo atesoraremos por siempre.
Me llena de lágrimas. Por las imágenes encontradas flotando lejos y luego de vuelta a nuestro alcance.
Lynne Sachs
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