12.3.14

Juan Villola,
por Claudio Caldini

[Hoy se salda una cuenta enorme con el pasado: luego de años (o décadas) de oscuridad y conjeturas (erradas, casi siempre) acerca de un cineasta perteneciente a la generación más intensa del cine experimental argentino, he aquí un texto -con mucho de ensayo biográfico, anecdotario, legajo histórico y anotaciones al margen- sobre Juan Villola. El hecho de que este texto haya sido escrito por Claudio Caldini no es ninguna casualidad. En su estilo inconfundible se funden varias tradiciones de la escritura personal y estética, siempre haciendo cumbre en una suerte de sensible rigurosidad capaz de ajustar cuentas con el pasado de manera lúcida y afectiva al mismo tiempo. Mi eterna gratitud hacia él, por honrar una vez más este sitio con la publicación de sus textos. P.Marín.]
*  *  *
Conocí a Juan Villola, cineasta experimental, en 1972. El largometraje de Horacio Vallereggio La cabellera de Berenice, realizado en 8mm, se encontraba en la etapa de sonido y doblaje. La película consistía en improvisaciones colectivas de un grupo de estudiantes de Bellas Artes, una especie de diario de un laboratorio en torno a lo teatral. Vallereggio capturaba imágenes de rostros y cuerpos, dirigía las acciones y grababa las voces en cinta abierta, afirmando con la cámara que allí pasaba algo nunca visto en la cinematografía local. Del conjunto se destacaba un “solo”: una performance a cargo del propio Vallereggio, puesta en escena de un simulacro, “hacerse el muerto”, similar al que, según se cuenta, Federico García Lorca solía representar ante sus amigos. La secuencia iba acompañada por el sonido de un piano desafinado, golpeado por Vallereggio sin ninguna tonalidad o rítmica reconocibles. En los créditos se consigna su autoría: “Para mi muerte”, H. Vallereggio. El camarógrafo en esa secuencia era Juan Villola. Reconocí inmediatamente un trabajo en la composición del cuadro y el montaje en cámara radicalmente diferenciado del estilo de Horacio en las escenas colectivas. La culminación es un conmovedor choque de imágenes, único en el cine experimental argentino de aquella época: vestido de negro contra un fondo gris, en posición horizontal, el “cadáver” levanta sus manos y sobre el detalle de una de ellas vemos por corte, en color, a una niña pequeña agitar las suyas tras unas rejas. Las extiende para alcanzar las de Horacio, ya en otra dimensión.
Villola y Vallereggio compartían visitas a la Biblioteca Lincoln, donde retiraban en préstamo discos de jazz y música electrónica, que analizaban en sesiones de audición nocturna. La casa de Vallereggio era un taller de experimentación artística permanente. Los residentes habituales  podíamos pasar varios días seguidos allí pintando, filmando, editando, leyendo, escuchando a John Coltrane y en alguna de esas veladas, la actriz favorita de Horacio, Liliana Canteros, nos fascinaba danzando en la penumbra. Juan Villola era un visitante frecuente y no pasó mucho tiempo para que comenzara a filmar sus propias películas. La “democratización” del medio en la década del ‘70 permitía a un profesor de artes plásticas o a un jardinero encarar la producción de cine en formato Super 8. Una noche en lo de Vallereggio alguien le pasó un porro a Juan. Después de dos pitadas, en lugar de sentarse a escuchar música o a mirar pinturas, salió a la puerta y se acostó boca arriba en medio de la calle. Por suerte no había tráfico a esa hora en Saavedra. No recuerdo si lo convencimos de que no convenía quedarse allí o si lo levantamos entre varios para arrastrarlo hasta el garaje.    
Buceando en mi memoria y revisando programas de la UNCIPAR y el Instituto Goethe encontré algunos títulos de la filmografía de Juan:
Red, Black, Green
Y de cómo los olvidos…
Constanza Márquez
A Veces
Una noche cualquiera
To be continued
Ámbitos

Villola reeditaba constantemente sus películas, intercambiando planos, re mezclando imágenes, ajustándolas a su visión interior. Una tarde lo acompañamos a una vieja sala de cine en continuado en el barrio de Flores en Buenos Aires. Con su cámara Super 8 y película de alta sensibilidad, Juan tomó algunas imágenes de Zardoz de John Boorman para incorporarlas como found footage a uno de sus films (intercalaba textos entre sus imágenes; aquí los subtítulos decían “nos has destruido”).
Las películas de Villola eran alucinaciones perturbadoras. Después de verlas costaba recordarlas, como esos sueños que olvidamos al despertar. Eran siempre films de trance. Una niña con una enorme peluca enrulada espía a los espectadores a través de una ventana/pantalla. Un rostro en primer plano tiene un ojo femenino, cansado, y otro masculino, espantado. Un grupo de hombres borrachos baila haciendo gestos imprecisos con sus brazos, la cámara no puede responder a la ley de gravedad. Una figura de espaldas saca un naipe de una caja mientras acerca su otra mano a un cuchillo. Aunque también podían ser ensoñaciones líricas: para filmar el título de una de sus obras una mañana lo acompañé a la estación Rivadavia del tren Retiro-Tigre. Juan bajaba del primer vagón portando una valija con un cartel que decía: “A VECES”.
Comparadas con las suyas, mis películas y las de los demás miembros del grupo del Instituto Goethe parecían previsibles. No había indicios de realidad en las películas de Villola, con la sola excepción de Ámbitos, un retrato personal y afectuoso de su amigo Vallereggio, filmado en la casa-taller de éste en la calle Deheza. Junto a To be continued, copiada por Narcisa Hirsch para su filmoteca, son las únicas películas suyas que se conservan. En los ‘80 perdí su rastro, lo ví pocas veces. Vallereggio se fue a vivir a Italia. Juan se casó con Isabel, fue padre de una niña, Lila. La vida familiar lo contuvo durante algunos años. Terminadas las actividades de cine experimental del Instituto Goethe, eventualmente visitaba la UNCIPAR o el Taller de Cine Contemporáneo de Vicente López. Juan añoraba pertenecer a un grupo donde discutir y renovar ideas sobre cine, mientras el Super 8 en Argentina desaparecía, reemplazado por las primeras experiencias en video analógico.  
A fines de 1990, mientras esperaba la fecha de mi viaje a India con las naves quemadas, Juan vino a pedirme asilo: se había peleado con su novia. Se quedó unos días a vivir en casa, lo recuerdo saliendo a fumar al patio. Ansioso y reservado, Juan no hablaba de su vida privada ni de sus proyectos cinematográficos. Con su ayuda filmé un material de Super 8 perforado, con dos proyectores convergentes, filtros de color azul y rojo y la cámara volteada a 90⁰. Pasaron veinte años hasta que encontraron su curso como loops en la performance Generador Óptico de Señales Cromáticas. Cuando volví de India seis meses más tarde supe que Juan había muerto en un accidente de tránsito. Se dijo que ayudaba a una anciana a cruzar la calle cuando un colectivo lo atropelló. Vallereggio y Silvestre Byrón fueron a ver a su novia, que no guardaba películas ni papeles ni recuerdos de Juan. Junto a sus films se habían perdido también dos carretes con escenas seleccionadas de UF, el segundo largometraje de Vallereggio, de tres horas de duración, que Villola había compilado para mostrar durante su ausencia.  
En 1994 vi por primera vez Standard, la extraordinaria película de Jorge Acha de 1989. Fue una gran sorpresa: Juan es uno de los protagonistas, uno de los albañiles de la cuadrilla erotizada por la arquitecta que interpreta Libertad Leblanc.

To be continued, de Juan Villola forma parte de la antología de cine experimental argentino Dialéctica en suspenso, curada por Pablo Marín y publicada en Nueva York por antennae collection.


[En las imágenes, tira de contactos de retratos de Juan Villola a cargo de Narcisa Hirsch y dos fotogramas de To be continued, de Juan Villola.]