Juan Villola,
por Claudio Caldini
[Hoy se salda una cuenta enorme con el pasado: luego de años (o décadas) de oscuridad y conjeturas (erradas, casi siempre) acerca de un cineasta perteneciente a la generación más intensa del cine experimental argentino, he aquí un texto -con mucho de ensayo biográfico, anecdotario, legajo histórico y anotaciones al margen- sobre Juan Villola. El hecho de que este texto haya sido escrito por Claudio Caldini no es ninguna casualidad. En su estilo inconfundible se funden varias tradiciones de la escritura personal y estética, siempre haciendo cumbre en una suerte de sensible rigurosidad capaz de ajustar cuentas con el pasado de manera lúcida y afectiva al mismo tiempo. Mi eterna gratitud hacia él, por honrar una vez más este sitio con la publicación de sus textos. P.Marín.]
* * *
Conocí a Juan Villola, cineasta experimental,
en 1972. El largometraje de Horacio Vallereggio La cabellera de Berenice,
realizado en 8mm, se encontraba en la etapa de sonido y doblaje. La película
consistía en improvisaciones colectivas de un grupo de estudiantes de Bellas
Artes, una especie de diario de un laboratorio en torno a lo teatral. Vallereggio
capturaba imágenes de rostros y cuerpos, dirigía las acciones y grababa las
voces en cinta abierta, afirmando con la cámara que allí pasaba algo nunca
visto en la cinematografía local. Del conjunto se destacaba un “solo”: una
performance a cargo del propio Vallereggio, puesta en escena de un simulacro,
“hacerse el muerto”, similar al que, según se cuenta, Federico García Lorca
solía representar ante sus amigos. La secuencia iba acompañada por el sonido de
un piano desafinado, golpeado por Vallereggio sin ninguna tonalidad o rítmica
reconocibles. En los créditos se consigna su autoría: “Para mi muerte”, H.
Vallereggio. El camarógrafo en esa secuencia era Juan Villola. Reconocí
inmediatamente un trabajo en la composición del cuadro y el montaje en cámara radicalmente
diferenciado del estilo de Horacio en las escenas colectivas. La culminación es
un conmovedor choque de imágenes, único en el cine experimental argentino de aquella
época: vestido de negro contra un fondo gris, en posición horizontal, el
“cadáver” levanta sus manos y sobre el detalle de una de ellas vemos por corte,
en color, a una niña pequeña agitar las suyas tras unas rejas. Las extiende
para alcanzar las de Horacio, ya en otra dimensión.
Villola y Vallereggio compartían
visitas a la Biblioteca Lincoln, donde retiraban en préstamo discos de jazz y
música electrónica, que analizaban en sesiones de audición nocturna. La casa de
Vallereggio era un taller de experimentación artística permanente. Los
residentes habituales podíamos pasar
varios días seguidos allí pintando, filmando, editando, leyendo, escuchando a
John Coltrane y en alguna de esas veladas, la actriz favorita de Horacio,
Liliana Canteros, nos fascinaba danzando en la penumbra. Juan Villola era un
visitante frecuente y no pasó mucho tiempo para que comenzara a filmar sus
propias películas. La “democratización” del medio en la década del ‘70 permitía
a un profesor de artes plásticas o a un jardinero encarar la producción de cine
en formato Super
8. Una noche en lo de Vallereggio alguien le pasó un porro a Juan. Después de
dos pitadas, en lugar de sentarse a escuchar música o a mirar pinturas, salió a
la puerta y se acostó boca arriba en medio de la calle. Por suerte no había
tráfico a esa hora en Saavedra. No recuerdo si lo convencimos de que no
convenía quedarse allí o si lo levantamos entre varios para arrastrarlo hasta
el garaje.
Buceando en mi memoria y revisando
programas de la UNCIPAR y el Instituto Goethe encontré algunos títulos de la
filmografía de Juan:
Red, Black, Green
Y de cómo los olvidos…
Constanza Márquez
A Veces
Una noche cualquiera
To be continued
Ámbitos
Villola reeditaba constantemente sus
películas, intercambiando planos, re mezclando imágenes, ajustándolas a su
visión interior. Una tarde lo acompañamos a una vieja sala de cine en
continuado en el barrio de Flores en Buenos Aires. Con su cámara Super 8 y
película de alta sensibilidad, Juan tomó algunas imágenes de Zardoz de
John Boorman para incorporarlas como found
footage a uno de sus films (intercalaba textos entre sus imágenes; aquí los
subtítulos decían “nos has destruido”).
Las películas de Villola eran
alucinaciones perturbadoras. Después de verlas costaba recordarlas, como esos
sueños que olvidamos al despertar. Eran siempre films de trance. Una niña con una enorme peluca enrulada espía a
los espectadores a través de una ventana/pantalla. Un rostro en primer plano
tiene un ojo femenino, cansado, y otro masculino, espantado. Un grupo de
hombres borrachos baila haciendo gestos imprecisos con sus brazos, la cámara no
puede responder a la ley de gravedad. Una figura de espaldas saca un naipe de
una caja mientras acerca su otra mano a un cuchillo. Aunque también podían ser
ensoñaciones líricas: para filmar el título de una de sus obras una mañana lo
acompañé a la estación Rivadavia del tren Retiro-Tigre. Juan bajaba del primer
vagón portando una valija con un cartel que decía: “A VECES”.
Comparadas con las suyas, mis
películas y las de los demás miembros del grupo del Instituto Goethe parecían
previsibles. No había indicios de realidad en las películas de Villola, con la
sola excepción de Ámbitos, un retrato
personal y afectuoso de su amigo Vallereggio, filmado en la casa-taller de éste
en la calle Deheza. Junto a To be
continued, copiada por Narcisa Hirsch para su filmoteca, son las únicas
películas suyas que se conservan. En los ‘80 perdí su rastro, lo ví pocas veces.
Vallereggio se fue a vivir a Italia. Juan se casó con Isabel, fue padre de una
niña, Lila. La vida familiar lo contuvo durante algunos años. Terminadas las
actividades de cine experimental del Instituto Goethe, eventualmente visitaba
la UNCIPAR o el Taller de Cine Contemporáneo de Vicente López. Juan añoraba
pertenecer a un grupo donde discutir y renovar ideas sobre cine, mientras el Super
8 en Argentina desaparecía, reemplazado por las primeras experiencias en video
analógico.
A fines de 1990, mientras esperaba
la fecha de mi viaje a India con las naves quemadas, Juan vino a pedirme asilo:
se había peleado con su novia. Se quedó unos días a vivir en casa, lo recuerdo
saliendo a fumar al patio. Ansioso y reservado, Juan no hablaba de su vida
privada ni de sus proyectos cinematográficos. Con su ayuda filmé un material de
Super 8 perforado, con dos proyectores convergentes, filtros de color azul y
rojo y la cámara volteada a 90⁰. Pasaron veinte
años hasta que encontraron su curso como loops en la performance Generador Óptico
de Señales Cromáticas. Cuando volví de India seis meses más tarde supe que
Juan había muerto en un accidente de tránsito. Se dijo que ayudaba a una
anciana a cruzar la calle cuando un colectivo lo atropelló. Vallereggio y
Silvestre Byrón fueron a ver a su novia, que no guardaba películas ni papeles
ni recuerdos de Juan. Junto a sus films se habían perdido también dos carretes
con escenas seleccionadas de UF, el segundo
largometraje de Vallereggio, de tres horas de duración, que Villola había
compilado para mostrar durante su ausencia.
En 1994 vi por primera vez Standard, la extraordinaria película de
Jorge Acha de 1989. Fue una gran sorpresa: Juan es uno de los protagonistas,
uno de los albañiles de la cuadrilla erotizada por la arquitecta que interpreta
Libertad Leblanc.
To be continued, de Juan Villola forma parte de la antología de cine experimental
argentino Dialéctica en suspenso, curada por Pablo Marín y publicada en Nueva
York por antennae collection.
[En las imágenes, tira de contactos de retratos de Juan Villola a cargo de Narcisa Hirsch y dos fotogramas de To be continued, de Juan Villola.]